Mes de la Historia de la Mujer: Homenaje a las heroínas que sirvieron en tiempos de guerra

Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial en 1917, Alma Foerster fue asignada a la Comisión de la Cruz Roja en Rumania. La unidad se enfrentó a una grave escasez de alimentos, a condiciones climáticas extremas y al tifus mientras establecía clínicas médicas. En marzo de 1918, se vio obligada a abandonar Rumania debido a los disturbios políticos; la Comisión pasó siete semanas viajando a través de Rusia hasta su resguardo en Inglaterra. Para ese entonces, Foerster se encontraba en Arcángel, Rusia, como parte de una comisión especial de asistencia. A pesar de las condiciones devastadoras, a 37 grados bajo cero y del poco equipo disponible, lograron abrir un hospital en tiempo récord. Las peligrosas condiciones del viaje impidieron la llegada de las enfermeras, por lo que Foerster se encargó personalmente de gran parte de la cocina; además de pedir ayuda a las mujeres locales para la limpieza y la costura de artículos hospitalarios. En 1920, recibió la Medalla Florence Nightingale, la más alta distinción internacional de la Cruz Roja que una enfermera puede recibir, por su servicio a los enfermos y heridos tanto en la paz como en la guerra.

Florence Bessie Skivens, voluntaria de la Cruz Roja, fue a Francia durante la Primera Guerra Mundial como buscadora de la Oficina de Hogares y Hospitales. Florence llegó a París, Francia, el mismo día del armisticio, el 11 de noviembre de 1918. Comenzó su trabajo en la Cruz Roja en el Hospital de Evacuación 36 de Nantes, Francia. Durante su estancia allí, Florence escribió cartas a las familias de los soldados perdidos o heridos durante la guerra y recopiló toda la información posible para mantenerlas informadas. Cuando no se encontraba recopilando información o escribiendo cartas, apoyaba a los soldados convalecientes, ayudándoles en las actividades sociales e incluso preparándoles golosinas. El trabajo de Florence y otros buscadores dejó huella en los soldados que se recuperaban: en sus diarios y cartas, menciona a menudo que los soldados la visitaban y que le enviaban cartas después de que se marchaban.

En el Cementerio Americano de Normandía, sobre la playa de Omaha, en Francia, descansan los restos de casi 9 400 estadounidenses. Entre ellos se encuentra Elizabeth A. Richardson, quien se unió a la Cruz Roja Americana en 1944 durante la Segunda Guerra Mundial. Durante su estancia en Inglaterra, atendió una casa club de servicios móviles, la cual estaba equipada con artículos como un equipo para hacer café y donas, revistas, periódicos, un fonógrafo y discos. Como la mayoría de las voluntarias de las casas club de servicios móviles, Richardson se acercó a los soldados con sus historias de combate, miedo y arrepentimientos. En una ocasión, Liz les escribió a sus padres: «Si supieran lo que el combate les hace a estos chicos; no en el sentido físico, aunque eso ya es bastante malo, sino mentalmente». La mañana del 25 de julio de 1945, en el aeropuerto de El Havre, Liz, de 27 años de edad, se subió a un avión militar biplaza con dirección a París. Cerca de Ruan, Francia, el avión se estrelló, cobrando trágicamente las vidas de Liz y del piloto, el sargento William R. Miller, de la Novena Fuerza Aérea.

Lois Laster sirvió en la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial. Tiempo durante el cual, dirigió clubes recreativos para miembros afrodescendientes del servicio militar estadounidense en Austria e Inglaterra y, más tarde, el primer club integrado en Corea. Desde 1944 hasta 1948, uno de los clubes a los que Laster fue asignada estaba a unas ocho millas del frente de guerra. «Nunca sabíamos adónde iban a ir a parar las V-2, era aterrador», dijo Laster, de Washington, D.C. «En mi zona, la gente estaba devastada por las bombas. Emocionalmente, fue un poco angustioso, porque nos encariñamos mucho (con las tropas y entre nosotros mismos). No nos asustamos mucho. Éramos jóvenes y nunca llegamos a pensar que iríamos a morir. Estábamos bien protegidos». En años posteriores, Lois participó semanalmente como voluntaria en el programa de Servicio a las Fuerzas Armadas de la Cruz Roja y fue miembro fundador y presidenta de la Asociación de la Cruz Roja Americana en el Extranjero (ARCOA, por sus siglas en inglés); una organización, cuyo propósito era renovar y continuar las amistades creadas durante el servicio de la Cruz Roja en el exterior.

Juanita Morrow y Wilhemina Barrow, ambas provenientes de Nueva York, sirvieron como voluntarias de la Cruz Roja Americana en el extranjero, en clubes de servicios móviles en octubre de 1945 en Maryville, Francia, donde atendieron a las tropas de la 27.ª Compañía Química tras recorrer cien millas en un camión para repartir galletas, donas y café. Las «Donut Dollies» comenzaron a viajar oficialmente con los soldados estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. Una vez que una «Donut Dollie» completaba su capacitación, era enviada al extranjero, donde a menudo operaba un «Clubmobile», que era una casa club del ejército que podía viajar directamente a los soldados estacionados en bases lejanas o campamentos sobre el terreno.

Helen Day Stevenson se unió a la Cruz Roja durante la guerra de Corea. Tras su capacitación en Washington, D.C., llegó a Japón en noviembre de 1950, en donde trabajó largas jornadas en un hospital militar de la base aérea de Johnson en Irumangawa, Japón, consolando y entreteniendo a los soldados enfermos y heridos. Unos meses más tarde, Helen llegó al club de la Cruz Roja Americana en Busán, Corea. Miles de soldados visitaban el club todos los días, ya fuera en dirección al frente o al regresar de él. Helen también fue asignada a una casa club de servicios móviles para llevar café y donas a las unidades aisladas en las zonas aledañas a Busán. En donde continuó su labor con la Cruz Roja hasta su regreso a casa en enero de 1952.

Kathy Hoff se unió a la Cruz Roja en 1969 y pasó el año siguiente en Vietnam, ofreciendo apoyo moral a las tropas como «Donut Dollie». Las «Dollies» dirigían centros recreativos, organizaban programas para entretener a los soldados y visitaban hospitales, lo que resultaba difícil y desgarrador para Hoff. «Si lográbamos que los chicos se olvidaran por un instante de la guerra, eso era lo que más nos importaba, que participaran en estos juegos. Muchas veces me sentaba y hablaba. No me gustaba ir al hospital, porque tenía que sonreír y pretender estar alegre; tener que ver a estos chicos de mi edad o hasta más jóvenes, y ver por lo que habían pasado. . . Eso fue todo un reto», afirmó. El servicio de Hoff en la Cruz Roja continuó con varios despliegues de apoyo en respuesta a las víctimas de desastres. Se movilizó para el huracán Katrina, así como en los desastres de California, Iowa, Texas y el huracán Sandy en Nueva York.

Maggi Ware, originaria de Keene, Nuevo Hampshire, sirvió como chica de la casa club de servicios móviles de la Cruz Roja durante la guerra de Vietnam. En junio de 1967, regresó en helicóptero después de una visita a las tropas en una zona avanzada. «Lo que más me gusta son las visitas móviles a las unidades de primera línea», dice. «Es increíble ver la reacción de los hombres ante nuestras visitas, especialmente de las tropas que llevan semanas y semanas en las zonas remotas de vanguardia sin ver a nadie».

La Directora del Hospital de Campaña, Lucille Caldwell, de Chapel Hill, Carolina del Norte, desempaca suministros recreativos enviados por la División de la Cruz Roja en Cleveland, Ohio, quien actuó como ayudante para el personal de la Cruz Roja asignado al Tercer Hospital de Campaña en Saigón, en el sur de Vietnam, en febrero de 1969. La Directora del Hospital de Campaña, Lucille Caldwell, de Chapel Hill, Carolina del Norte, desempaca suministros recreativos enviados por la División de la Cruz Roja en Cleveland, Ohio, quien actuó como ayudante para el personal de la Cruz Roja asignado al Tercer Hospital de Campaña en Saigón, en el sur de Vietnam, en febrero de 1969.